10 de noviembre de 2010

 

HABLEMOS DE CINE: ÁGORA

Lo primero que vemos en el nuevo filme del chileno-español Alejandro Amenábar son estrellas, luego el planeta tierra y lentamente la cámara se va situando en lo que alguna vez fue una de las maravillas de la creación humana: la biblioteca de Alejandría que, dicho sea de paso, nunca se había recreado tan brillantemente en el cine. Los primeros 15 minutos en donde la imágenes nos pasean por ese mítico espacio, valen toda la película.
La historia nos sitúa en una clase de la filósofa y astrónoma Hipatia durante los últimos días del imperio romano en la ciudad de Alejandría, Egipto.
Allí se vive el crecimiento de la recientemente aceptada religión cristiana y de como ésta va tomando el poder poco a poco de modo violento.
Y Amenábar no se anda con vueltas a la hora de denunciar la violencia en aquella época tanto de las religiones (judía y cristiana) así como del imperio que está en el medio de estos dos bandos de fanáticos.
Los estudios de Hipatia sobre la rotación de la tierra, sus análisis sobre la forma circular y su convicción de que el ser humano es el centro del universo, llenan la película de un aire de inocencia y la actuación de Rachel Weisz, la mejor de su carrera, le dan al personaje el carácter épico que necesita y que crece a medida que va descubriendo que no es tan así eso de ser el centro del universo.
Por otra parte, la pata floja del filme, son las actuaciones masculinas, muy exageradas y casi al límite de lo grotesco, que contrastan demasiado con la actriz ya mencionada.
Salvando ese detalle, el show que dá Amenábar, con su cámara que gira, va a los cielos, mira la acción desde arriba (¿la mirada de los dioses, la mirada de los astros?) y se regodea ante la maravillosa puesta en escena de Alejandría, y todo esto sin un dólar de Hollywood, ya que el filme es una megaproducción española. Y entonces, ¿por qué está hablado en inglés y con actores ingleses? He ahí la gran paradoja de un film que denuncia el atropello de una cultura que se cree poseedora de la verdad y a la vez cumple con los parámetros mínimos exigidos por el mercado (el que hoy cree ser dueño de la verdad) para que la cinta pueda ser vendida en suelo estadounidense.
En un realizador cualquiera este detalle hubiera sido casi comprendido, pero en Amenábar, que cada día filma mejor, no se lo puede dejar pasar por alto.
El filme debería ser hablado en su idioma original (egipcio) y con un mejor casting de actores.
Aún así, es tanto lo necesario en estos tiempos que haya grandes películas con contenido, que además se animen a mostrar cruelmente la violencia religiosa como pocas, que a pesar de todo es muy bienvenida.
Ágora es un deleite visual, una de esas películas que hay que ver en el cine, o por lo menos en la pantalla más grande que se pueda, no es un microfilme que basta con bajarse por torrent, no, aquí hay un pulso cinéfilo que merece verse en todo su esplendor.


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